domingo, 8 de febrero de 2009

EL GENERO Y LA FALTA DE ACCESO A LA JUSTICIA EN ALGUNAS DENUNCIAS POR VIOLENCIA FAMILIAR por H.Radrizzani

Hilda Radrizzani



INTRODUCCION

Lo que me lleva a estas reflexiones se vincula con el estado de desprotección que observo en algunas mujeres víctimas de maltrato que las deja en situaciones que distan mucho de resultar justas, aunque desde lo legal se sigan todos los procedimientos correctamente. Considero además, que este fenómeno de desprotección resulta absolutamente invisible, y me propongo mostrarlo en esta ponencia. Aclaro que mi “puesto de observación” está situado en el juzgado de familia donde me desempeño como asistente social desde 1994, y al que muchas mujeres llegan para denunciar la violencia de la que son objeto por parte de sus parejas. Si bien en la actualidad el fenómeno de la violencia hacia la mujer está mucho más visibilizado y se cuenta en general con mayores recursos (desde legales a profesionales con una formación específica), no obstante esto, sigo observando que un cierto número de mujeres quedan desprotegidas aún después de la intervención judicial. Más precisamente, se espera que hagan cosas, tengan actitudes, se manejen y lleven a cabo conductas que NO PUEDEN. Es como si pretendiéramos que un niño de preescolar pudiera alcanzar el pensamiento abstracto, o mejor aún, que una persona que acaba de perder a un ser querido esté en condiciones de por ejemplo buscar, encontrar y adaptarse a un trabajo sin ninguna experiencia laboral.

SITUACION DE LAS MUJERES EN UNA RELACION DE MALTRATO

Las mujeres que durante años viven en una relación en la cual son objeto de violencia por parte de sus parejas, se encuentran en un estado de vulnerabilidad social y psicológica que las ubica en una suerte de incapacidad para ejercer eficazmente su propia defensa, para armar estrategias de autoprotección y de ruptura del círculo de maltrato en el que están inmersas, estado que, para ponerle un nombre, llamaré minusvalía funcional.
Como se trata de un fenómeno complejo, voy a intentar abordarlo desde diferentes ángulos.
En esta minusvalía funcional, convergen cuestiones de índole
- social, cultural y de género
- psicológica
- biológica
- comunicacional y contextual.

En cuanto al primer ítem, no es nuevo afirmar que estamos atravesados por la cultura. Y en la nuestra circulan estereotipos femenino y masculino que definen características, roles y expectativas en relación a lo esperable para un varón y para una mujer. A esto hay que agregarle los mandatos culturales en cuanto a la familia, a la maternidad, paternidad, qué tipo y qué características debe tener una familia, mujer, madre, hija, un varón, padre, hijo para ser valoradas/os socialmente. ¿Qué nos imaginamos cuando pensamos en una familia? La respuesta es casi automática: la mamá, el papá y los chicos, aunque la realidad nos muestre todo el tiempo innumerables casos de familias conformadas de muchas otras formas (mujeres solas con hijos, separados/as, vuidos/as, rematrimonios, tía/os o abuela/os que tienen la guarda de sus sobrina/os, nieta/os, etc. En el imaginario social la familia que carece del “jefe de hogar”, del hombre, marido y padre de familia, es una familia incompleta. En parte porque en el imaginario si no hay pareja no hay familia, y en parte porque los hijos que crecen sin un padre, crecen con un déficit.
En nuestra cultura, aquello que tenga que ver con lo femenino está subvaluado, y la mujer continúa teniendo un lugar de sometimiento respecto al varón, así como también están claramente determinados los ámbitos intrafamiliar y extrafamiliar para mujer y varón respectivamente. Actualmente se sigue esperando que la mujer se case y sea una buena madre y esposa, que significa no contradecir las decisiones de su marido y aceptar que su lugar, aunque trabaje afuera, igual está en la casa, al servicio de aquel y de los hijos. Una mujer que posterga la decisión de tener hijos en función de su carrera o crecimiento personal es catalogada de egoísta, dado que en nuestra cultura mujer y madre son conceptos inseparables. El lugar de proveedor adscripto a la condición masculina, el manejo del dinero y las decisiones sobre lo patrimonial, entran dentro de lo socialmente esperable por parte del “jefe de familia”. Sólo esta expresión, denota la desigualdad jerárquica entre varón y mujer, o lo que es lo mismo, desigualdad de poder. En consecuencia, género y violencia son conceptos que van juntos debido a que ambos implican desigualdad.

En relación a la cuestión psicológica, mencionaré la baja autoestima que está presente en la totalidad de mujeres sometidas a maltrato. Un importante número de ellas tiene una historia de maltrato desde su infancia (esto incluye desde situaciones de negligencia, descuidos, desatención, desamor, hasta malos tratos físicos y abuso sexual, pasando por todas las variables). En algunos casos existen antecedentes de violencia en 2 ó 3 generaciones, lo que constituye un factor de riesgo potencial por el aprendizaje y modelo que esto implica.
Como consecuencia directa de la baja autoestima sobreviene la dependencia, que adquiere múltiples formas: dependencia emocional, afectiva, económica, moral, espiritual. En muchos casos es total, no se sienten habilitadas para pensar, definir, resolver, decidir por sí mismas. Esto se visualiza claramente cuando al preguntarles algo, en la respuesta lo primero que aparece es EL, contestan como si contestara su pareja, y el pensamiento, ideas, necesidades, opiniones de estas mujeres están absolutamente desdibujados, no aparecen.
Estas mujeres ponen en funcionamiento un mecanismo de defensa denominado disociación, que para explicarlo brevemente, es lo opuesto a asociación, a la función integradora de nuestro psiquismo. Entonces elementos psíquicos como pensamientos, sensaciones, emociones, recuerdos, acciones, en relación a un mismo hecho, en lugar de aparecer gracias a la memoria, todo integrado, se encuentran separados, como en cajones diferentes, sin posibilidad de ser integrados y unificados en la conciencia. Este mecanismo constituye una forma de adaptabilidad al trauma y un intento de sobrevivir a sus efectos. La disociación se pone de manifiesto por ejemplo cuando una mujer está relatando un hecho atróz y se sonríe, o lo relata en un tono neutro y absolutamente desafectivizado, como si estuviera contando una película y no algo experimentado por ella.

En cuanto a lo biológico, investigadores que vienen estudiando los efectos del trauma psíquico, descubrieron que las víctimas de violencia sexual y doméstica presentaban la misma sintomatología que los veteranos de guerra: ambos presentaban trastornos disociativos y actualmente está clara la relación entre estos y su origen traumático. También encontraron a partir del uso de tecnologías como las imágenes cerebrales, que los pacientes con TEPT (trastorno por estrés postraumático) crónico, presentan el volumen del hipocampo disminuido entre un 8 y 26%, disminución que parecería irreversible. Van der Kolk, estudioso del tema, afirma que “el tamaño disminuido del hipocampo podría jugar un rol en la disociación en curso y en la mala interpretación de información en dirección a la amenaza”. Por otra parte, existen estudios que demostraron que las personas con TEPT presentan una significativa disminución en el área cerebral inferior frontal izquierda: área de Brocca, llamada también área del lenguaje porque se cree que es la responsable de la traducción de las experiencias personales al lenguaje comunicable. En síntesis, las experiencias traumáticas dejan claras huellas visibles en las imágenes cerebrales, con consecuencias en la función de la memoria y de capacidad de comunicar vivencias.
Por otro lado, normalmente ante una situación de estrés hay cambios en el funcionamiento hormonal, pero el estrés persistente, crónico, como el que experimenta una mujer que está involucrada en una relación de maltrato, y que está en alerta permanente, inhibe la efectividad de una respuesta hormonal rápida e induce a la desensibilización. Sin entrar en una compleja explicación neuroendocrinológica, es importante saber que estas personas tienen un funcionamiento diferente en lo que respecta a neurohormonas como el cortisol, adrenalina, noradrenalina, oxitocina, vasopresina y opioides endógenos, los niveles de las mismas son distintos, y se encuentra alterada la forma en que el organismo maneja la interacción con el contexto. Cuando el estrés es permanente, los sistemas neuroendocrinos permanecen activados, lo que produce una depresión del sistema inmunitario con trastornos que pueden instalarse en forma crónica.

En relación a lo comunicacional y contextual, me parece interesante pensar cómo los diversos ámbitos ven a estas mujeres, de acuerdo a cómo estas se muestran y comunican.
En cuanto a los ámbitos, me referiré especialmente al médico y al judicial, ya que son dos áreas que interactúan frecuentemente con estas mujeres.
Con frecuencia las mujeres que durante largo tiempo han sufrido violencia en forma cotidiana presentan una variada sintomatología que abarca desde toda la gama de enfermedades psicosomáticas, dolores de cabeza, insomnio, trastornos alimentarios y digestivos, depresión, etc. Con alarmante frecuencia a estas mujeres se las ha convertido en consumidoras de medicamentos y psicofármacos, en especial cuando el síntoma más relevante era la depresión. En otros casos las mujeres presentaban comportamientos o discursos que podían ser leídos como psicóticos, como verbalizaciones con un tono persecutorio, o profundamente disociadas, como en el caso del llamado trastorno disociativo de la identidad. En consecuencia, en muchos casos, estas mujeres terminan psiquiatrizadas, siendo alarmante el desconocimiento de la problemática de violencia y género por parte de numerosos profesionales de la salud, temáticas además que por lo general no se encuentran en los programas de las universidades. Por lo tanto, no se vinculan los síntomas de la mujer con su realidad cotidiana; no se interroga acerca del origen de sus síntomas y se piensa al paciente en forma totalmente individual, como si fuera una entidad aislada de todo contexto interaccional. Parecería que para muchos profesionales de la psiquiatría, la depresión que padecen estas mujeres sería algo similar a un virus, un agente externo que por alguna causa, como el virus de la gripe u otros tantos, enferma a la paciente que debe ser tratada con medicación. Aún hoy, cuando se puede leer en los diarios que el fenómeno de la violencia hacia la mujer parece ser un problema de salud pública en el mundo, la comunidad médica en su gran mayoría continúa sin interrogar a las mujeres puntualmente en relación a si padecieron o padecen maltrato.
Pasando al plano legal, en el ámbito de la justicia al menos en la Ciudad de Buenos Aires, hay un reconocimiento de la problemática de la mujer que sufre maltrato. Desde 1994 la ley 24.417 le posibilita a quien esté sometido a cualquier tipo de violencia, hacer la denuncia. Cuando una mujer toma la decisión de denunciar a su marido y busca ayuda en la Justicia, se encuentra con que primero tiene que dirigirse a la Cámara Civil, donde deberá relatarle su situación a una profesional que la escucha, no vuelca este relato en ningún lado y le entrega la carátula del expediente judicial que se iniciará a partir de ese momento, con el número de juzgado donde tramitará esa causa. La mujer sale de allí para dirigirse al juzgado en cuestión, donde en la mesa de entradas mostrará la carátula y luego de esperar un cierto tiempo la harán pasar y tendrá que volver a relatar los motivos por los que hace la denuncia. Si tiene suerte, y lo sabe y lo recuerda, podrá pedir algunas de las medidas precautorias previstas, como la exclusión del hogar y la prohibición de acercamiento del denunciado. Puede ocurrir que no lo sepa y que nadie se lo diga. Cuando la empleada que les toma el acta de denuncia les pregunta qué quieren, algunas mujeres dicen que él pare de maltratarlas, o que el juez lo cite para decirle que no puede pegarle más. La mujer tiene que relatar por segunda vez su situación, a veces desbordada emocionalmente, ante una empleada que en la mayoría de los casos no tiene formación en violencia, mucho menos en género, que está abarrotada de trabajo y que no tiene con quién hablar acerca de las emociones que le producen los relatos de estas mujeres. Algunas veces puede suceder que ante la duda del juez acerca de la conveniencia o no de tomar medidas precautorias, la mujer deba ser evaluada por la trabajadora social del juzgado, con lo cual la señora deberá relatar su situación por tercera vez, con lo cual al maltrato intrafamiliar se suma el institucional. Mucho para un solo día, ¿no?


SITUACION DE LA MUJER A PARTIR DE LA INTERVENCION JUDICIAL

En caso de que se tomen las medidas cautelares como la exclusión y la prohibición de acercamiento del denunciado, cabe señalar que la vigencia de estas medidas tienen un término, 60 o 90 días, por ejemplo, ¿y después?, ¿y si él no respeta las medidas? Y como en todo, hay un factor suerte: le tiene que tocar un juzgado donde el/la juez/a tenga un criterio de protección a la parte más débil y no priorice la “unión familiar” ante todo. Los jueces son seres humanos y como tales a veces aplican sus propias ideas respecto a la familia, aquella familia ideal a la que me refería antes. Y por lo general, tampoco tienen formación en género, palabra que muchos asociarán sólo a lo textil. Lo mismo para los abogados, dado que algunos sostienen que se puede mediar en cualquier caso, aún en las denuncias por violencia familiar, aunque debo reconocer que afortunadamente hay cada vez más excepciones.
Por otra parte, ¿Cómo ven a estas mujeres los profesionales de la salud, los abogados, empleados judiciales, jueces? En la mayoría de los casos, estas mujeres que como dije antes, deben explicar varias veces los motivos de la denuncia, con lo cual son revictimizadas institucionalmente, no pueden armar un relato ordenado, aparecen confusas, dubitativas, contradictorias, inseguras, temerosas. Muestran angustia, sufrimiento emocional, vergüenza. Es difícil escuchar y entender a una mujer en esta situación, produce malestar, cansancio, hasta rechazo. Algunas veces denuncian a su pareja y luego se retractan y levantan la denuncia; o piden la prohibición de acercamiento de su marido hacia ellas y sus hijos pero a los dos días acceden a que él visite a los chicos en su casa, porque “al final es el papá y los chicos lo necesitan”. En los juzgados donde tramitan estas causas muchos empleados se resisten a tomar las denuncias y llevar esta clase de expedientes, y se escuchan comentarios como “a esta no me la banco más, ni ella sabe lo que quiere y viene a hacerme perder el tiempo”, “es la tercera vez que lo excluimos y le sigue abriendo la puerta, me toma por tarada”.
En la mayoría de los casos el juzgado cuenta con un informe de evaluación de un equipo profesional idóneo, que lee la sintomatología como producto de la violencia y recomienda un tratamiento específico. Pero muchas veces la mujer no concurre, o desiste rápidamente y no sostiene ningún dispositivo que le ayude a salir de esta situación. En estos casos su situación es peor que antes de haber denunciado: está más debilitada, y por lo general más fortalecida su pareja, que continuará ejerciendo violencia con impunidad y con la certeza de que aún luego de haber sido denunciado no hubo ninguna consecuencia.
Y así como muchas de estas mujeres producen rechazo y hartazgo entre el personal y funcionarios judiciales, algunos varones denunciados pueden resultar muy coherentes, convincentes, respetuosos y agradables a los ojos de un juez que por ejemplo deba resolver en un régimen de visitas o en relación a la tenencia de los hijos. Resulta muy difícil para estas mujeres, debilitadas y prácticamente destruidas, resultar creíbles y consistentes.

Tal vez en este último párrafo esté sintetizada mi preocupación, en virtud de la clara desventaja en la que están situadas. De ahí mi necesidad de intentar que se hagan visibles estas situaciones.
A continuación, trataré de graficar lo expuesto a través de un caso.
Se trata de una señora de alrededor de 35 años, de nivel socioeconómico medio, estudios terciarios, casada, madre de un niño de 8 años. De su historia personal se destacan como datos relevantes que proviene de una familia de clase media, constituida por sus padres y 3 hijas. Durante al menos 6 años fue abusada sexualmente por su padre. Antes de los 20 años huyó de la casa paterna y poco después se casó con su actual marido. No mantiene vínculo con ningún miembro de su familia, sintiéndose traicionada por sus hermanas quienes según ella también habían sido abusadas por su padre pero nunca lo reconocieron. Carece de amigas y de red social. En su historia reciente, surge una internación psiquiátrica a partir de un intento de suicidio.
Esta señora hace una denuncia contra su marido con quien convive, refiriendo maltrato emocional, económico y sexual hacia ella. Casi simultáneamente, su marido presenta un pedido de protección en relación al hijo de ambos, argumentando que su esposa posee una salud mental muy precaria, adjuntando certificados de la internación psiquiátrica y pidiendo una que esta sea evaluada.
Existen entonces dos causas: una denuncia de violencia de la señora contra su marido, y otra donde tenemos a un señor que dice que su esposa es incapaz de cuidar y educar a su hijo porque tiene antecedentes de enferma psiquiátrica.
¿Cómo aborda esto el juzgado? ¿Qué pasa con esta familia a partir de la apertura de las causas judiciales? El Cuerpo Médico Forense hace una lectura individual, y desde ahí diagnostica que la señora padece un cuadro de trastorno psicótico, lo cual la hace no apta para realizar denuncias judiciales. Por lo tanto, lo que la señora refiere en relación al maltrato emocional, sexual y económico por parte de su marido, se silencia, no tiene valor, no existe. En cambio lo manifestado por su marido, resulta convincente y para el juzgado parece no haber ningún motivo para evaluar si él ejerció maltrato hacia su esposa.
Esta señora, como tantas otras, está sola, no tiene red social, ni nadie que le crea y que la escuche. Tiene la desgracia de haber pasado por una internación psiquiátrica y en verdad su discurso en muchos momentos es desordenado, caótico, con contenido persecutorio. No cree en nadie ni quiere que nadie la ayude, porque percibe, y percibe bien, que no le creen. Ni siquiera tiene un abogado, aunque ella cree que lo tiene, refiriéndose a un letrado que una vez consultó, pero ante la evidencia de que en el expediente no hay ningún escrito de un abogado que la represente, continúa convencida de que sí lo tiene.
No es difícil imaginar el final de la historia: es probable que la señora termine internada en un psiquiátrico, y su marido a quien nadie se ocupó de averiguar si en realidad había tenido conductas de maltrato hacia su esposa, obtenga la tenencia del niño, al que quien sabe qué historia le contarán acerca de su mamá.
En este caso, como en tantos otros, el “procedimiento” podría calificarse de correcto. El juez, los médicos forenses, y tantos otros funcionarios y profesionales intervinientes, todos actuaron según su función.


CONSIDERACIONES FINALES

Sin ir a un ejemplo como este que puede parecer tan extremo, en muchos casos las mujeres no están protegidas ni defendidas ni representadas. Atraviesan una situación de minusvalía funcional, como explicara más arriba. Están solas. Solas cuando deciden decir basta y hacer la denuncia. Solas cuando van al juzgado, cuando llegan a la comisaría con la orden de exclusión firmada por un juez. Cualquiera sea la situación, si se van de su casa, si vuelven a su casa después de haber conseguido la exclusión de él, si van a un refugio o a la casa de alguien que pueda alojarlas temporalmente, siguen solas. Solas con la culpa, la vergüenza, la preocupación por la situación económica, la angustia porque sus hijos no ven al padre, el miedo, la presión de su marido para volver, las amenazas, la manipulación emocional y económica.
Es poco menos que imposible para estas mujeres, sostener la decisión de vivir fuera de la relación de violencia en que estaban atrapadas. Muchas de ellas no están preparadas para afrontar las vicisitudes y cambios en su vida que suceden a la denuncia. No solo por las dificultades cotidianas, concretas, materiales, (la organización de la casa, el trabajo, los horarios, las cuentas, la educación y supervisión de los hijos), sino que no están preparadas emocional y mentalmente. Luego de años de haber desarrollado una fuerte dependencia de todo tipo hacia el hombre con el que vivieron, con una bajísima autoestima, con depresión, confusión, enfermedades psicosomáticas, disociación, y solas, ¿quién podría? Con historias de abuso y de maltrato como la de la señora del ejemplo, ¿cómo se hace para no ser silenciada, no perder a los hijos, no “desaparecer” en un expediente de insania?
La verdad es que no lo sé. Pero sí en cambio sé que es necesario hacer visibles estas situaciones, porque este es el primer paso para pensar en esto.
Probablemente sea necesario reformular algunas cosas, inventar algún dispositivo que condicione la realización de la denuncia, o que obligue al juez a que antes de tomar las medidas precautorias se asegure que la mujer cuente con un equipo de sostén y acompañamiento, o que haya una suerte de defensoría oficial para personas en este tipo de situaciones, así como están las defensorías para los niños, por ejemplo. No sé qué dispositivo ni de que tipo, pero en algunos casos lo que hay actualmente no alcanza.
No tengo estadísticas pero numerosas denuncias fracasan, o son retractadas, porque en el después no se pueden sostener y terminan casi en una trampa mortal. En necesario recordar que muchas mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas, lo fueron a partir de haber tomado la decisión de salir de esa relación. Y ese es sin duda el momento de mayor vulnerabilidad para ellas, desprotegidas y solas. Es necesario entonces crear otras condiciones para ayudarlas verdaderamente.
Insisto. Con esto quiero dejar abierta la inquietud y la pregunta, descubrir como quien descorre un velo, visibilizar estas situaciones e invitarlas/os a que pensemos en conjunto el real acceso a la justicia para estas mujeres.